Monday, July 21, 2008

UNA NUEVA COMPRENSIÓN DE LA HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES A PARTIR DE LA OBRA DE P. SLOTERDIJK

UNA NUEVA COMPRENSIÓN DE LA HISTORIA DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES A PARTIR DE LA OBRA DE P. SLOTERDIJK

Gabriel Jiménez Peña


Resumen: En este escrito se pretende dar cuenta, en general, de una nueva concepción de la historia de las relaciones internacionales y, en particular, del contexto de globalización, a partir de la afirmación que hace Peter Sloterdijk del fin del cosmopolitismo y el surgimiento del ‘provincianismo global’. Tal concepción inusitada se presenta aquí en función de la discusión sobre los orígenes de la posmodernidad, en una superación del paradigma moderno. Se sostiene que la globalización de las nuevas tecnologías, que ha permitido que los hombres superen las distancias, ha tenido por consecuencia, para la historia de las relaciones Internacionales, que el mundo vuelva a hacerse más pequeño, pero más denso. Por otro lado, se propone un análisis de las fronteras como configuraciones móviles, la crisis de los Estados Nacionales y la emergencia de un espacio sin sí mismo, esto es, como mero espacio de tránsito.

Palabras Clave:

Historia de las relaciones internacionales, esfera, mundo interior del capital, desinhibición.

Abstract: In this paper I try to explain, in general, a new conception of the History of the international Relations and, in particular, of the globalization context, from the Peter Sloterdijk assumption in his work, according to which we assist to the end of the cosmopolitism and the beginning of the ‘Global provincialism’. Such a ‘new’ conception is presented right here in function of the more general discussion about postmodern view. I argue in favor to the claim the globalization of the new technologies, which has allow to humanity goes further distances, has it as consequence to the international relations History, that World becomes again small. In the other hand, I propose an analysis of the frontiers as movil configurations, of the national States crisis, as well as the birth of a space without it self, i. e., as a mere transit space.

Key Words:

International relations History, sphere, interior World of Capital, lack of inhibitions.

La tesis más general que se pretende defender en este escrito consiste en que la reflexión sobre la globalización en el discurso de la historia de las relaciones internacionales –si es que hay uno y determinado- se encuentra desencaminada por dos razones: (I) se asume la globalización como un único, identificable y homogéneo estado de cosas que incluye a todos los Estados-nación en diferentes aspectos, desdeñando las representaciones de las esferas de la cultura occidental (Sloterdijk), (II) y, por ello, se confunde la globalización con el cosmopolitismo, y en el peor de los casos, se sostiene que la globalización tiene un comienzo relativamente reciente o algo similar.

A modo de introducción: del mal periodismo de nuestra época o de la academia

En la literatura académica se insiste en la necesidad de describir el fenómeno a menudo vagamente presentado como ‘transformación del contexto internacional’ usando el término ‘globalización’. Éste ha sido un motivo persistente para declarar ‘ambigüedades’, de la misma manera que se le quiere adscribir al concepto la propiedad pragmática de utilidad. Quienes acentúan el carácter ambiguo de la expresión pueden llegar a reclamar que se trata sólo de un “eufemismo cortés para la continua americanización de los gustos consumistas y de las prácticas culturales”; que puede describir cualquier cosa desde Internet a una hamburguesa (Strange, 1996, p. xiii). Por otro lado, los más rayanos defensores de la utilidad pragmática del concepto, que en su mayoría sostienen que se trata de un concepto que tiene por extensión fenómenos fundamentalmente económicos, arguyen que éste permite, por ejemplo, “una descripción más adecuada de una realidad internacional a la que le resulta imposible mantener sus problemas encerrados dentro de las fronteras de los Estados” […]; se dice que el concepto nos alerta también acerca del sentido normativo que se precisa para decidir soluciones a preguntas en torno de problemas mundiales (Espósito, 1997, 189). Es precipitado inclinarse sin más por la ambigüedad o por la utilidad del término, pues su pretendida vaguedad y sus masificados usos espurios pretendidamente pragmáticos, pueden enmascarar o bien un periodismo desinformado, o en el peor de los casos, a un modo de hacer academia servil, que encubre el favorecimiento de intereses neoliberales sin más, sin ofrecer una argumentación lógica e históricamente plausible.

Ante la disyuntiva que se plantea entre tener que optar por un uso que denuncie la ambigüedad de la expresión o que haga énfasis en la utilidad, queremos escoger, con Peter Sloterdijk, volver los pasos hacia atrás y sostener que: “La globalización en su totalidad es un proceso lógica e históricamente mucho más poderoso que lo que se entiende por ella en el periodismo actual y entre sus corresponsales económicos, sociológicos y policiales” (WK, p. 26). Proponemos que para una caracterización digna del proceso de globalización en las ciencias sociales, incluidas entre ellas todas las mencionadas corresponsalías, es no sólo prudente sino necesario corregir las pseudo-afirmaciones de los periodistas cuasi-académicos de nuestro tiempo, vengan de donde vengan, acerca del comienzo de la globalización y de la continuidad de la historia, y resaltar diferencias de época, lo cual precisa el uso de un discurso inusitado en la Filosofía de la historia.

(I)
La globalización es un proceso saturado moral, técnica y sistémicamente, y se puede hablar de tres globalizaciones o de tres momentos globalizantes, haciendo justicia a las diferenciaciones de época dentro de dicho proceso. A tales momentos los caracterizamos como: (i) el griego o helénico o metafísico, (ii) el moderno o postmetafísico y por último, (iii) el posmoderno o fin de la historia.

La globalización está saturada en sentido moral: las víctimas hacen saber a los culpables las consecuencias de sus crímenes. Es, según Sloterdijk, a partir de Heidegger cuando el unilateralismo que se pretende ejercer por parte la Europa dominante, se evidencia como un fracaso a la vista de cómo las victimas hacen saber a los culpables las consecuencias de ese dominio. En ese sentido es Estados Unidos el único que mantiene la pretensión como nación indispensable y se constituye en heredera del concepto unilateral del mundo.

La ‘titánica fenomenología del tedio’ realizada por M. Heidegger en 1929-1930 sólo puede comprenderse como ruptura de la uniteralidad emprendida en toda Europa (si bien deteriorada por los desastres de la guerra), cuyo clima moral –la inevitable carencia de toda convicción vigente– se aprehende en ella con mayor claridad. La cultura de masas, el humanismo, el biologismo, son máscaras tras las que se oculta el profundo tedio de la existencia en la globalización. Si se quieren valorar las motivaciones de Heidegger hay que reconocer en estas el intento de rehistorizar el mundo posthistórico, aun al precio de erigir la catástrofe en maestra de la vida. En este sentido, Heidegger habría podido decir, a propósito de la «revolución nacional» a la que adhirió, que en el hic et nunc se había iniciado una época de «rehistorización», y que él no sólo presenció, sino que había pensado con anticipación. El historicismo de Heidegger articula la exigencia de arrancar a Alemania de la trivialidad posthistórica desde el centro del sentido para dejar entrar una vez más, en el último momento, a la historia. Debe entenderse que, de acuerdo con esta lógica, la «historia» no es algo que uno mismo haga, sino que hasta en su último extremo se padece. Los alemanes, como último pueblo de pasiones, deberían ponerse en marcha, sí, según Heidegger, les incumbe la tarea de demostrar que, incluso en medio de la indiferencia reinante, existe todavía una certeza (Gewissheit). Si los alemanes hubieran hecho lo que se esperaba de ellos en la fábula de Heidegger, habrían mostrado al resto del mundo que para ellos brillaba la luz de la necesidad histórica. Pero la ironía de tal situación quiso que dicha certeza cambiara de bando y se fuera al lado enemigo, puesto que el antifascismo fue lo más destacado que ofreció aquella época desde el punto de vista moral. Se alió, para colmo de la desgracia, con los estadounidenses, paradigmáticos expatriados de la «historia», que contribuyeron con los parques posthistóricos a la globalización (PC, p. 12).

La globalización está saturada en el sentido técnico: de transportes rápidos y medios ultra-rápidos, lo que no cambia el hecho de que el 95 % del comercio sea y haya sido marítimo. De los acontecimientos se entera el mundo, por regla, a los pocos minutos. En ese sentido, el rasgo distintivo de la globalización es la situación de proximidad forzosa con todo tipo de elementos. Lo más adecuado es designar a esa proximidad, según Sloterdijk, con el término topológico «densidad». Este término designa el grado de presión para la coexistencia entre un número indefinidamente grande de partículas y centros de acción.

La elevada densidad implica una probabilidad cada vez más elevada de encuentros entre los agentes, ya sea bajo la forma de transacciones, o en la de colisiones o casi colisiones. En este contexto, el concepto de telecomunicaciones juega un papel fundamental, en tanto que designa la forma procesual de la densificación. Las telecomunicaciones, las nuevas tecnologías, producen una forma de mundo cuya actualización requiere diez millones de e-mail por minuto y transacciones en dinero electrónico por un monto de un billón de dólares diarios. Este término no se comprende bien en tanto que no exprese de manera más explícita la creación de un sistema mundial de reciprocidad basado en la cooperación, esto es, en la inhibición mutua, en el que se incluyen las transacciones a distancia, las obligaciones a distancia, los conflictos a distancia y la ayuda a distancia. Tan sólo este concepto fuerte de las telecomunicaciones como forma capitalista de la ‘acción a distancia’ es el adecuado para describir el modo de existencia en la globalización.

La globalización está saturada, por último, en sentido sistémico: obra en ella un principio de acción recíproca; los responsables son confrontados con las consecuencias de sus obras -Pinochet, Milosevic, Hussein, desventurados unilateralistas-. La globalización del crimen (piénsese, por ejemplo, en el narcotráfico), nos muestra que la desinhibición activa se impone una y otra vez a las instancias inhibidoras en ámbitos locales. La criminalidad organizada reposa sobre el perfeccionamiento profesionalizado de la desinhibición, que avanza, por así decir, con pasos silenciosos por las fisuras abiertas en el entorno circundante. El crimen organizado constituye, fundamentalmente, un sentido para hallar las fisuras (en el mercado y en la ley), junto con una energía que no conoce el cansancio –vuélvase a pensar en el narcotráfico-. Los criminales organizados de manera eficaz son, pues, testimonio de la libertad de acción en abierto desafío del sistema universal de inhibiciones (PC, p. 16)

Esto tiene una significativa validez para lo que últimamente se ha dado en llamar ‘terrorismo’. El medio expedito para hacer justicia en el plano teórico a sus potentes manifestaciones, -recuérdese el acto inconcebiblemente simple del 11 de septiembre de 2001 o piénsese en lo local en el secuestro- consiste en interpretarlo como un indicio de que el motivo de la desinhibición cayó en manos de perdedores activos, procedentes del bando antioccidental o de la selva, en el contexto posthistórico. Esto no demuestra que el mal llegara hasta Manhattan o las ciudades colombianas, sino que una nueva ola de perdedores de la «historia» descubrió para sí los placeres de la unilateralidad; por desgracia, los descubrió después de que terminara el tiempo de juego y en abierta transgresión de las normas de contención posthistóricas. No imitan, como anteriores movimientos surgidos de los perdedores, ningún modelo de «revolución»; imitan directamente el impulso originario de las expansiones europeas: la superación de la inercia mediante el ataque, la asimetría euforizante garantizada por la agresión pura, la superioridad indiscutible del que llega primero a un lugar y planta su estandarte antes de que lo hagan los demás. La clara primacía de la violencia agresora sigue hiriendo al mundo, pero esta vez desde el otro lado, desde el lado no occidental, o desde la selva. Pero como también es demasiado tarde para que los terroristas islámicos o los guerrilleros pretendan recuperar terreno en el mundo de las cosas y los territorios, ocupan zonas aún más amplias en el espacio abierto de las noticias del mundo. En él erigen su escudo de fuego, del mismo modo que los colonizadores, otrora, erigían su escudo de piedra donde desembarcaban.

(i) La historia de la globalización es la historia de una doble conquista: la conquista de la tierra por vía marítima y la conquista de la subjetividad. La primera etapa de la globalización tiene su comienzo en la Grecia Helénica. Si se considerara que los orígenes de la globalización se han encontrar solamente en la confianza en el poder explicativo y predictivo de las ciencias, particularmente en el método de las matemáticas y de la física y en su fecundidad, éstos deberían remontarse a Aristóteles. Pero necesariamente tenemos que remontarnos justamente a este autor, porque fue él, el más paradigmático de los científicos griegos, que en su tratado De caelo, dio forma a la primera concepción metafísicamente globalizante: el de la bóveda celeste, sphaira –me vienen unas línes de Hölderlin en el Hyperion: El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona-, recreando el nombre de lo bello y acabado y un sistema de normas para esa concepción de belleza y perfección. El estagirita realizó sus observaciones equivocadas acerca del Universo, instituyendo el sistema geocéntrico. En De caelo, nos habla del mundo sublunar, en el cual existe la corrupción y la degeneración; y el mundo supralunar, perfecto. Esta teoría de la Tierra como centro del universo —que a su vez era considerado finito— perdura hasta el Renacimiento, específicamente hasta Galileo, momento en que se inicia la gran expansión unilateral europea a través de la colonización, el segundo gran periodo de la globalización.

(ii) Esta etapa globalilzante, que llamaremos con Sloterdijk, globalización terrestre, puede decirse que surge en el Renacimiento italiano, con científicos como Galileo Galilei (1564-1642), a pesar del juicio que su propia época haya hecho sobre él –recuérdese la abjuración a la que fue obligado este último físico (1633)-, o con Copernico (1473-1543), el cual da a conocer su crítica al sistema ptolemaico, basado a su vez en la interpretación dogmática de Aristóteles, en la lengua aun oficial de los escritos que se erigen en científicos, el latín, lengua en la que escribiera el también condenado Roger Bacon (c. 1214-1294), quien llevara a cabo estudios en óptica y en astronomía, a la vez que se inclinaba por la astrología y la existencia de la piedra filosofal, creencias éstas pertenecientes a la globalización metafísica.

Pero queremos decir que esta época inicia más bien con las incursiones de los colonizadores, los más célebres de ellos portugueses al nuevo mundo, pues la globalización terrestre no representa simplemente una historia entre otras muchas. Ella es el único espacio de tiempo en la vida de los pueblos que mutuamente se descubren, alias ‘humanidad’, que merece llamarse en un sentido filosóficamente relevante ‘historia’ o ‘historia universal’ (p. 31). La época moderna de la globalización es cosa de exploradores y geógrafos y el Mundo de agua constituye el elemento rector en la Edad Moderna. Terra Australis nuper inventa nondum cognita; es epoca-nondum, es decir, aún sin, de potencialidades, en la que los actualizadores geógrafos-colonos son los que se atreven a aprovechar esa potencialidad. El primero de ellos, por supuesto, Colón, de cuya importancia da buena cuenta Sloterdijk (WK, p. 52-53). Pero también Magallanes y Drake, quienes contribuirán a que los mares del mundo se conviertan en el soporte de los asuntos globales. El signo de aquella época es la invisibilidad, por contraste con el de la nuestra que es el de la visibilidad. La invisibilidad es una característica fuerte de las realidades profundas –piénsese en la travesía de Magallanes; geógrafos y colonos se ven obligados a enfrentarla y superarla constantemente, y la imagen del globo, pasa de ser perfecta a ser, a secas, interesante: el globo geográficamente descubierto no es bello, sino interesante e interesante es lo que ya ha recorrido la mitad del camino hacia la fealdad, lo cual da pábulo a una nueva estética de lo feo. De ese modo, desde el punto de vista estético, la globalización terrestre conlleva la victoria de lo interesante sobre lo ideal. De ello da testimonio el globo Behaim (Nuremberg, 1492).

Es Humboldt el personaje ejemplar de esa transición; acepta el reto de presentar la pérdida metafísica como ganancia cultural. De ello es muestra su obra Kosmos, nombre anacrónico de la obra publicada en 1845-62. Con ello se inicia un sentido radicalmente diferente de la localización humana: la tierra es el planeta al que se vuelve, se regresa; el espacio (el desde-donde general) ya no es el ingenuo cielo de cubiertas anterior a Bruno, el espacio eternamente silencioso de la infinitud de los físicos, del que Pascal, había confesado que aterrorizaba su ánimo. (cf. WK p. 42). El ser humano ejemplar de la modernidad es el homo habitans, junto con sus dilataciones corporales y extensiones turísticas.

El monopolio del globo terrestre –ese prodigio tipográfico-, compartido con los grandes mapas y planisferios, por lo que se refiere a las vistas generales de la superficie terrestre, sólo se ha roto en el último cuarto de siglo XX con las fotografías por satélite. De ese modo, “Lo que desde finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI –como si tratara de una novedad que haya aparecido sólo hace poco tiempo entre nosotros- se encomia o vitupera en los medios de masas como ‘globalización’, representa un momento posterior y fraudulento de un suceso cuyas verdaderas dimensiones solo aparecen cuando se entiende la Edad Moderna, con toda consecuencia, como el tránsito de la especulación meditativa sobre la esfera a la praxis de su aprehensión” (WK, p. 46).

En ese contexto, no es la pérdida del centro lo que caracteriza la Edad Moderna, sino la pérdida de la periferia. Virtualmente cualquier lugar sobre una esfera circundable puede ser afectado, incluso desde la mayor lejanía, por transacciones entre competidores. Ello explica el surgimiento del capitalismo y de las grandes riquezas. El tráfico es el prototipo del movimiento moderno y la base del sistema económico: el movimiento reversible. El Comercio se hace con riesgo: así como la miseria vuelve inventivo, el crédito vuelve empresario y el capital conseguido a riesgo con crédito, ha de retornar con sus respectivos beneficios a su lugar de origen. Por ello, el cambio de propiedad interdinástico refleja la naturaleza especulativa de los primeros procesos de globalización. De ahí que “Resulta un tanto ridículo que el periodismo de hoy pretenda identificar en los movimientos más recientes del capital especulativo el motivo real del shock de la forma del mundo llamada globalización”. El sistema universal del capitalismo se estableció, desde el primer momento bajo los auspicios, mutuamente implicados, de globo y especulación. (WK, p. 64). De manera que el hecho primordial de la Edad Moderna no es que la Tierra gire en torno al Sol, sino que el dinero lo haga en torno a la Tierra.

Es por ello también que la Fortuna (Oh, fortuna imperatrix mundis) aparece por doquier como la diosa de la globalización par excellence. De ello da buena cuenta el personaje de J. Verne en la vuelta al mundo en ochenta días, del proceso de la modernidad como proyecto de tráfico con suerte. También da cuenta esa literatura fantástica de que en una civilización técnicamente saturada ya no existe aventura alguna, sino sólo el riesgo de retraso. De ahí que los europeos, tras el shock de la circunvalación terrestre se refugien en falsas designaciones, que simulan lo familiar de siempre en lo nuevo insólito. En esa medida, el romanticismo del mar, como el de los montes, es una invención del moderno sentimentalismo ciudadano.

No obstante, también debemos considerar a la modernidad como la época de la invención de la subjetividad, piedra de toque de la globalización. Al respecto de esta invención, sus orígenes parecen darse en una configuración histórica ecléctica, que permite afirmar todavía la preponderancia de la premodernidad en el conocimiento (la creencia en la alquimia y la astrología, el privilegio del latín como lengua conductora del conocimiento), y la afirmación de la racionalidad científica como conocimiento con pretensiones de verdad y objetividad. También en la pretensión de dominación de la naturaleza, y por ello es justo referirse a Francis Bacon (1561-1626), así Sloterdijk insista en que más a los adelantados portugueses, con su afirmación de que ‘el conocimiento es poder’ o a René Descartes (1596-1650) y su intención de fundamentar el conocimiento sobre bases ciertas y seguras, a través de la instrumentalización del escepticismo.

Con todo, quiero afirmar que Montaigne, y ello incluso a pesar de que Sloterdijk prácticamente lo soslaya, juega un papel de catalizador de la globalización. Qué debe Descartes, Hume, Kant, entre otros, (y de paso, la globalización) a Montaigne? Lo mismo que han de deber los tiempos futuros a Sloterdijk. A mi modo de ver, la actitud que denuncia la fabilidad de los medios para alcanzar la certeza, valga decir, la histórica, la duda radical punto de partida de todo conocimiento, y la desconfianza en el convencimiento de la argumentación y en las autoridades científicas. Todas estas posiciones, de algún modo, constituyen elementos del ajuar escéptico, del particular modo de ver el mundo de estos autores modernos, que presentan un aire de familia. El inicio de la globalización modernidad en clave de la invención de la subjetividad está marcado por una renuncia a las autoridades filosóficas (en especial a Aristóteles) y por una búsqueda de nuevos puntos de vista. Si se admite que la invención de la subjetividad moderna parte de un rompimiento con la filosofía aristotélica o de la distinción definitiva entre razón y fe, de una desinhibición, se tendría que reconocer que en la invención de esa subjetividad de la moderna se encuentra Montaigne. Independientemente de esta discusión histórica, cabe llamar la atención sobre la posición que ocupa Montaigne y lo que ello significa para una teoría filosófica de la globalización: se encuentra justo en el punto intermedio entre la Edad Media tardía y la temprana Edad moderna. Pero, ¿por qué precisamente un escéptico es el que se encuentra en tal posición? Al parecer las posiciones consecuentes con el escepticismo fungen el papel de catalizadores necesarios para que se produzca el paso de una forma de pensar a otra, es decir, funcionan como oxigenadores, cuando las corrientes dogmáticas no llegan a ninguna solución. Por otra parte, es digno de anotar que si el espíritu escéptico de Montaigne hubiera predominado en la modernidad y no el cartesiano, quizá hoy la llamada razón instrumental no habría causado efectos tan devastadores. La pregunta es ¿Qué habría sido de la modernidad si hubiera predominado el pensamiento de Montaigne? Dicho sencillamente, si el egoísta moderno le hubiese creído a la tesis de Montaigne según la cual los hombres no somos superiores a los animales, el número de las especies en vías de extinción, es sólo una conjetura, sería menos dramático. Las consecuencias de la tesis de la superioridad de los humanos son ostensibles. A lo mejor la ciencia también tendría una constitución distinta; pero la práctica de determinar retrospectivamente qué habría sido de la historia, es a menudo algo que lleva a los arrepentimientos.

El caso es que darse el beneficio de la cronología acerca de la cuestión de la precisión de los comienzos de la invención de la subjetividad moderna, en términos del conocimiento, lleva a citar un fárrago de hechos que pueden abarcar V siglos de Historia -la imprecisión misma!, que no dan cuenta del fenómeno: la llamada afirmación de la conciencia, la positivización del conocimiento en ciencia, la pretensión de dominio de la naturaleza, y que no se compadecen de otras consideraciones que sostienen que su comienzo puede ser determinado, por ejemplo, específicamente en el surgimiento de la burguesía como clase social (a cuyo comienzo siempre se refiere al esplendor de los Medici o de los Fugger), o a la reforma protestante (1517) comenzada por Lutero, pero permite afirmar que en la transición del siglo XVI al XVII se deja entrever con más claridad dicho comienzo.

La invención de la subjetividad moderna tiene sus asientos en 1. la afirmación de la oposición sujeto-objeto -la distinción cartesiana entre res cogita y res extensa-, pero también, insistimos, en la confrontación entre el escepticismo relativista y el racionalismo fundacionalista (Montaigne 1533-1592, Pascal, (1623-1662)), en la creencia en el poder explicativo del método hipotético deductivo (Descartes), en la afirmación de las matemáticas y de la física como modelos paradigmáticos del conocimiento (Descartes, Spinoza (1632-1677), y caracterizándose de ese modo como una época en que surge una nueva ciencia (epistemología) y un florecimiento científico con pretensiones de verdad diferentes a las de la autoridad eclesial medieval europea, es decir, 2. en el proceso histórico de reforma protestante, pero también de desinhibición y secularización del conocimiento y de su poder social y económico, caracterizándose como una época de crisis de la iglesia católica-romana como forma de poder, 3. y en un lapso de tiempo significativo que se remonta incluso al s. XII, y que da lugar a una nueva clase social, la burguesía, caracterizándose por el enriquecimiento de las naciones colonialistas –lo cual tiene más que ver con el auge de la universidad moderna europea que el descubrimiento de América, hecho el cual por sí solo no generó todas las fuentes necesarias para la financiación de dichos centros educativos-, la defensa de la propiedad privada y de la libertad individual, (Locke 1632-1704) y por el surgimiento de la ciencia empírica económica, 4., pero sólo en última instancia, por el iluminismo o la ilustración (y a pesar de que la Revolución Francesa y la redacción del opúsculo de Kant, Respuesta a la pregunta: ¿qué es la ilustración son del s. XVIII), caracterizado como la actitud razonable de pensar al margen de tutorías dogmáticas.

En conclusión, la invención de la subjetividad moderna se da en el contexto de una época histórica en la que la no sólo ciencia se convierte en un conocimiento privilegiado y estimado por su método racional, sino en la que ello tiene por consecuencia colateral la crisis de la religión como paradigma omnicompresivo-explicativo, y de la iglesia como poder socio-económico dominante, y de la nobleza aristocrática como clase dirigente.

Tercera globalización: del cosmopolitismo al palacio de cristal o provincialismo (Dostoievski)

La cuestión sobre los orígenes de subjetividad moderna europea arroja luces sobre la cuestión debatida de los supuestos orígenes de la posmodernidad y de la nueva discusión sobre la globalización y la historia de las relaciones internacionales, en la medida en que es posible definir estos conceptos por contraste. Hemos visto que el caso es que pretender determinar ingenuamente un comienzo único, una fecha precisa (como decir, v. g., que la modernidad comienza con el descubrimiento de América o con la revolución francesa) lleva a soslayar otros hechos constitutivos de la globalización y que quienes así lo hicieren están abocados a defender una postura metafísica fuerte, apelando por ello a una visión omnicomprensiva de la historia. Si ello es así, previsiblemente puede afirmarse que con la teoría que trata de dar cuenta del origen de la subjetividad posmoderna ha de ser del mismo modo y que no es posible indicar un comienzo único, aunque sí determinados síntomas del agotamiento de la subjetividad posmoderna. Estos síntomas pueden ser: 1. Relativismo conceptual. No hay hechos puros, objetivos, sino interpretaciones de éstos; el paradigma científico no afirma tanto su racionalidad, sino más bien su traducibilidad o razonabilidad, y no se detenta como la única o la más cierta posibilidad de conocimiento. 2. Fin de las teleologías o desencantamiento del mundo. La llamada por Nietzsche, ‘muerte de dios’. Los individuos globales admiten creencias incompatibles y eclécticas, y tienden más al agnosticismo o al ateísmo. (iii) Capitalismo corporativo. Los estados-nación han cedido poder a intereses particulares que se imponen mundialmente y que configuran un orden de poder en consonancia con esos intereses. (iv) Banalización o anti-ilustración. Antes que a pensar por sí mismos, la profusión de información proporcionada por los medios de la ‘cultura de masas’ ha llevado a los individuos a una estupidez sistemática, pues la educación ya no está tanto en manos de tutores o centros educativos, como de dichos medios.

La característica primordial de la subjetividad posmoderna es la densidad. Allí donde reinan las condiciones de densidad, la falta de comunicación entre los agentes no es plausible, en la misma medida en que tampoco lo son los dictados unilaterales, ni siquiera los de la ciencia, ni los de la corporación. La elevada densidad garantiza la resistencia permanente del entorno contra la expansión unilateral, una resistencia que desde el punto de vista cognitivo se puede calificar como entorno estimulante para los procesos de aprendizaje, puesto que los actores suficientemente fuertes en medios densos se hacen unos a otros inteligentes, cooperativos y amistosos (y, como es natural, también se trivializan entre sí). Demos ejemplos de esa resistencia permanente, en el caso de la ciencia, las nuevas formas de conocimiento: coaching, redes, micromundos (second life); en el caso del macrogobierno corporativo, los fenómenos de antiglobalización. Esto es así porque se interponen efectivamente el uno en el camino del otro, y han aprendido a equilibrar intereses opuestos. Al cooperar tan sólo con las miras puestas en el reparto de beneficios, dan por supuesto que las reglas de juego de la reciprocidad también son evidentes para los demás.

A causa de la densidad, la inhibición se transforma en nuestra segunda naturaleza. Allí donde se manifiesta, la agresión unilateral adopta la apariencia de una utopía que ya no se corresponde con ninguna praxis. La libertad para actuar obra entonces como un motivo de cuento de hadas procedente de la época en que la agresión aún prestaba algún servicio. Toda expansión unilateral demuestra que todavía existen condiciones previas a la densidad. La densidad conlleva lo siguiente: la fase en que la praxis unilateral desinhibida tenía éxito ha llegado, en lo esencial, a su término, sin que podamos descartar alguna que otra secuela violenta. Los actores han sido expulsados del jardín de Edén en el que se prometía la salvación a los unilaterales (PC, p. 16).
Con ello hemos demostrado que, y cómo, el complejo de estos hechos atropellados, heroicos y deplorables que hubo de entrar en los libros bajo el nombre de ‘historia universal’; y por qué la historia universal en esa acepción de la palabra, ha concluido definitivamente. Si ‘historia’ designa la fase de éxito del unilateralismo […], los habitantes de la tierra vivimos hoy inequívocamente en un régimen poshistórico.

Quizá ha llegado el momento de tomar al pie de la letra las grandes frases de Sloterdijk.

Bibliografía

-Beck, Ulrich, Risikogesellschaft. Auf dem Weg in einer andere Moderne, Suhrkamp Verlag: Frankfurt, 1986.

-Espósito, Carlos D., Soberanía y ética en las relaciones internacionales: Contextos superpuestos, Isegoría Nº16, CSIC: Madrid, 1997.

-Jiménez Peña, Gabriel, Globalización incluyente y excluyente: cultura e identidad cultural en un contexto globalizado. En: Revista Suma Administrativa No. 2, Noviembre de 2006.

- Montaigne, Ensayos, Tomo II, Traducción de María D. Picasso y Almudena Montojo, Barcelona: Altaya, 1994.

- Sexto Empírico, Esbozos Pirrónicos, Traducción de Teresa Muños y Antonio Gallego, Madrid: Gredos, 1973.

-Sloterdijk, P., (WK) Im Weltinnenraum des kapitals. Für eine philosophische Theorie der Globalisierung, Suhrkamp, Frankfurt, 2005.
____________, (PC), El palacio de cristal, Conferencia pronunciada en el marco del debate “Traumas urbanos. La ciudad y los desastres”. CCCB, en el centro Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona 2004. Disponible en: http://labola.wordpress.com/2007/11/24/el-palacio-de-cristal-sloterdijk/ Sitio en Interne: Online: 20.07.2008


Sitios en Internet

- http://www.petersloterdijk.net/ [On-line: 23.04.2008]
- http://philosophischebemerkungen.blogspot.com/ [On-line: 23.04.2008]

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